De incalculable valor patrimonial, estas tablas flamencas ejecutadas por Gumart de Amberes, son una de las piezas más destacadas de la Colección. Fueron adquiridas en 1949 por el Cabildo de Gran Canaria a las hermanas Batllori Lorenzo, estimándose que en su día pertenecieron a la desaparecida ermita de Santa Lucía, en Gáldar.
Desde finales del siglo XV y la primera mitad del XVI, se da lugar a la configuración de una nueva organización política y social, así como a la inserción de unos valores religiosos distintos. Tras la incorporación del archipiélago a la Corona de Castilla, se implanta una cultura devocional y cristiana, a la vez que comienza una fuerte demanda de la caña de azúcar en los mercados europeos, que propició un espectacular desarrollo de este cultivo en las islas. Regiones como Ingenio, Telde, Gáldar o Agaete en Gran Canaria, el Valle de la Orotava en Tenerife o en Agual, Tazorte y Los Sauces en La Palma, comienzan a formar parte de las rutas comerciales de la caña de azúcar, que se cultivará de forma intensiva creando un ciclo expansivo para la economía del archipiélago. Los hacendados, agentes y comerciantes de la antigua región de Flandes (hoy Benelux), región que en ese entonces pertenecía al Imperio español, serán los motores principales de su intenso desarrollo. El “oro blanco” se trasladaba a Amberes, que pasó a ser el gran receptor y distribuidor del azúcar en Europa.
Al amparo de este contexto comercial relacionado con el azúcar, comienza el tráfico y llegada del arte flamenco a las islas, unas primeras piezas artísticas traídas de Flandes, que en aquel momento albergaba el mercado de arte más importante del mundo: pinturas, esculturas, grabados, tapices… destinadas al ornato y deleite en las grandes haciendas, capillas, ermitas y conventos, reflejando un periodo de transculturación total.
Un claro ejemplo de la importancia económica, social y cultural de esta nueva “cultura atlántica del azúcar” es el encargo, en 1535, que hace el hacendado genovés Antonio Cerezo y su esposa, Sancha Díaz de Zurita, de una obra mandada a traer desde Amberes (región de Flandes) hasta Agaete, en Gran Canaria, donde se encontraba su ingenio azucarero. Se trata de una de las grandes obras maestras de nuestro patrimonio, el Tríptico de Nuestra Señora de las Nieves, ejecutado por el prestigioso pintor flamenco Joos van Cleve, pintor de la monarquía francesa de ese momento (Francisco I de Francia). Es una muestra fundamental del nivel artístico de las piezas que llegan a Canarias, por medio de las cuales se afirmaba la personalidad y el prestigio social de estos nuevos pobladores.
A ese rico periodo de prosperidad se adscriben las cuatro tablas flamencas de la Colección, pintadas al óleo por sus dos caras, que dan lugar a ocho escenas de tema hagiográfico. Un espléndido ejemplo, tanto de este proceso histórico en Canarias, como de la estética flamenca al servicio de la temática sacra.
Obra
La pintura flamenca del siglo XVI se realiza fundamentalmente al óleo sobre tabla, una técnica revolucionada por los artistas flamencos. Ésta, a través de experimentación y combinaciones entre aceites con pigmentos y otros productos que actúan como secantes, permite un gran control de la gradación de los colores, lo que facilita la minuciosidad en los detalles, los volúmenes, las transparencias y las veladuras de los tejidos y atmósferas, a la vez que proporciona acabados de superficies lisas y brillantes, casi esmaltadas. Destacan en ellas los acentuados contrastes lumínicos, así como la extraordinaria calidad de las carnaciones y ropajes.
Otra de las señas de identidad de esta reconocible estética, es el continuo uso de la naturaleza, ya sea a través de escenas paisajísticas, o como fondo recurrente, se muestra estereotipada por necesidades de taller. En la mayoría de estas piezas, la profundidad se logra a través de la gradación de los tonos de la vegetación y las montañas, que se funden con los azules grisáceos del cielo. El espectador puede apreciar en todo su esplendor los blancos de albayalde, los azules de azurita, los rojos de bermellón, tierra roja y laca orgánica, los negros de carbón y humo de huesos, pardos de tierras y verdes de resinato de cobre.
La temática más recurrida es la religiosa, sobre todo las ya mencionadas escenas de la vida de santos y santas, llamadas hagiografías. Dichas escenas siguen un esquema compositivo muy similar: un personaje central que domina la escena, acompañado de una serie de objetos, atributos de su martirio, nos darán pistas de los hechos que acontecieron en su vida y poder así identificar las figuras, normalmente entronizados sobre un dosel o bajo un paleo, el paisaje sirve como telón de fondo, como hemos mencionado con anterioridad, se trata de una característica muy importante en la pintura flamenca.
De incalculable valor, tanto simbólico como económico y patrimonial, su propia naturaleza las vuelve piezas muy delicadas, por lo que son exhibidas en el interior de unos marcos que, diseñados expresamente para cada pieza, permiten su correcta conservación. Estos marcos protegen las obras a través de cristales que impiden la radiación de la luz, posibilitando también el control de las particularidades microclimáticas de cada tabla, es decir, actúan como barrera protectora frente a contaminantes atmosféricos y biológicos, a la vez que mantienen unas condiciones ambientales estables de humedad y temperatura. A todo ello se le suma un sistema que controla y registra las posibles vibraciones e impactos que pudiera ocasionar, tanto su transporte como su exhibición en sala.
Atribuidas al ecléctico pintor Gunmart de Amberes (c. 1525-1590) que se inscribe dentro de las corrientes imperantes del siglo XVI, con la poderosa influencia de Quentin Metsys, de Joachim Patinir o de Joos van Cleve, se aúna también con la de los célebres romanistas Jan Gossart o Pieter Coecke. Datadas en torno a 1540, las obras pictóricas San Juan Bautista y El Martirio de San Juan Evangelista ante Portam Latinam, pertenecen a una tabla pintada por ambas caras que, junto a otra tabla gemela que representa el martirio de Santa Lucía y La Misa de San Gregorio, han llevado a pensar a los especialistas que podían haber sido las hojas abatibles de un tríptico o formar parte de un retablo hoy desmembrado.